A Leo le había
tocado llevar muchas noches a damas de compañía, prostitutas, modelos y de todo,
pero, a pesar de escuchar las grandes historias sexuales de todos sus
compañeros con las pasajeras, Leo nada más no había tenido esa suerte, creía que
eran sólo eso, historias. Hasta que una tarde, tuvo que llevar a Perla, una
chica universitaria y de piel morena que bebió tanto para tener el valor de declarar su amor, sus besos y sus,
nada frías intenciones a un compañero de clase, pero el maricón hijo de puta
(según las palabras de Perla) aceptó todo, menos las, nada frías intenciones.
Perla se indignó y fue cuando sus amigas pararon el primer taxi que vieron para
subirla con rumbo a casa. Pero las intenciones más ardientes de una mujer, no
se apagan tan fácilmente, tiene que existir algo con qué avivar ese fuego, y
ese era Leo.
Perla se olvidó
del coqueteo y pasó directo al ritual de apareamiento, como un animal, como una
leona en celo. Leo apagó el cerebro, por primera vez en sus años de taxista,
tenía esa historia que tantas veces había escuchado, tenía en sus manos ese
espacio que hay entre los pechos de una mujer, tenía en sus labios un cuerpo
entero por recorrer y tenia entre sus ojos unas piernas tan abiertas como una
noche de estrellas, tan abiertas como esas noches que duran tanto, como si no
quisieran amanecer.
Leo despertó en
su cuarto sintiéndose más hombre de lo que había amanecido muchas veces, sentía
que lo podía tener todo, menos a Perla, que ya no se encontraba en su cuarto.
Se dio un baño, se cambió para iniciar otra jornada de trabajo, busco sus
llaves del taxi, siguió buscando la llaves de su taxi y siguió buscando por
mucho rato más.
Esa mañana, Leo sintió tenerlo todo, menos a Perla y su Taxi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario