Doña
Claudia le dijo esa noche al doctor López:
- A
Roberto le hizo falta un hígado, pero a usted le hace falta un corazón.
Claudia
era una mujer con mucha paciencia y muy analítica, como pensando muy bien
siempre lo que iba a decir. Pero después de 33 días en el hospital, las
personas pueden cambiar mucho de quienes son en realidad.
Antes
de eso, Claudia era una madre responsable, hizo lo mejor que pudo con sus 4
hijos, trato de educarlos, de hacerlos responsables y buenos padres. Roberto
era el menor de ellos y en quien vivía la última esperanza de tener un
licenciado en la familia, un hombre educado y con una vida mucho mejor de lo
que ellos tenían. Pero la vida, es un niño que a veces de le gusta jugar y
otras se aburre y nos abandona. Después de 3 años, Roberto se encontraba en el
Hospital General, tirado e inmóvil en una cama como ese juguete arrumbado que
el niño ya no quiere jugar más.
El
doctor López explicaba el padecimiento a Doña Claudia en una mezcla de griego
con arameo. Ella no entendía nada de términos médicos y sentía como si le
habaran en esos idioma, pero lo único que entendió después de varios días, fue
que había una esperanza de vida: Pagarle al doctor López $500,000 pesos de
contrabando por un hígado sano y hacerle un transplante urgente a su hijo. La
otra opción era esperar en la lista de donares, pero eso no se puede contar
como una esperanza de vida.
El
dinero no es un lujo que puedan controlar los pobres, y Roberto terminó
desfalleciendo una semana después. Es por eso que Doña Claudia dijo lo que dijo
esa noche en la sala de espera, cuando el Doctor López le tuvo que decir que se
quedaba sin hijo y sin licenciado. Sí, las personas pueden cambiar mucho
después de 33 días en un hospital, pero pueden volverse peor cuando pierden a un
hijo.
Al día
siguiente el doctor López no se presentó a trabajar. Nunca más se volvió a
saber de él.
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