viernes, 3 de mayo de 2013

SUEÑO DE UNA NOCHE


A Leo le había tocado llevar muchas noches a damas de compañía, prostitutas, modelos y de todo, pero, a pesar de escuchar las grandes historias sexuales de todos sus compañeros con las pasajeras, Leo nada más no había tenido esa suerte, creía que eran sólo eso, historias. Hasta que una tarde, tuvo que llevar a Perla, una chica universitaria y de piel morena que bebió tanto para tener el valor  de declarar su amor, sus besos y sus, nada frías intenciones a un compañero de clase, pero el maricón hijo de puta (según las palabras de Perla) aceptó todo, menos las, nada frías intenciones. Perla se indignó y fue cuando sus amigas pararon el primer taxi que vieron para subirla con rumbo a casa. Pero las intenciones más ardientes de una mujer, no se apagan tan fácilmente, tiene que existir algo con qué avivar ese fuego, y ese era Leo.

Perla se olvidó del coqueteo y pasó directo al ritual de apareamiento, como un animal, como una leona en celo. Leo apagó el cerebro, por primera vez en sus años de taxista, tenía esa historia que tantas veces había escuchado, tenía en sus manos ese espacio que hay entre los pechos de una mujer, tenía en sus labios un cuerpo entero por recorrer y tenia entre sus ojos unas piernas tan abiertas como una noche de estrellas, tan abiertas como esas noches que duran tanto, como si no quisieran amanecer.


Leo despertó en su cuarto sintiéndose más hombre de lo que había amanecido muchas veces, sentía que lo podía tener todo, menos a Perla, que ya no se encontraba en su cuarto. Se dio un baño, se cambió para iniciar otra jornada de trabajo, busco sus llaves del taxi, siguió buscando la llaves de su taxi y siguió buscando por mucho rato más.

Esa mañana, Leo sintió tenerlo todo, menos a Perla y su Taxi.

martes, 16 de abril de 2013

EL TRANSPLANTE

Doña Claudia le dijo esa noche al doctor López:

- A Roberto le hizo falta un hígado, pero a usted le hace falta un corazón.

Claudia era una mujer con mucha paciencia y muy analítica, como pensando muy bien siempre lo que iba a decir. Pero después de 33 días en el hospital, las personas pueden cambiar mucho de quienes son en realidad.

Antes de eso, Claudia era una madre responsable, hizo lo mejor que pudo con sus 4 hijos, trato de educarlos, de hacerlos responsables y buenos padres. Roberto era el menor de ellos y en quien vivía la última esperanza de tener un licenciado en la familia, un hombre educado y con una vida mucho mejor de lo que ellos tenían. Pero la vida, es un niño que a veces de le gusta jugar y otras se aburre y nos abandona. Después de 3 años, Roberto se encontraba en el Hospital General, tirado e inmóvil en una cama como ese juguete arrumbado que el niño ya no quiere jugar más.

El doctor López explicaba el padecimiento a Doña Claudia en una mezcla de griego con arameo. Ella no entendía nada de términos médicos y sentía como si le habaran en esos idioma, pero lo único que entendió después de varios días, fue que había una esperanza de vida: Pagarle al doctor López $500,000 pesos de contrabando por un hígado sano y hacerle un transplante urgente a su hijo. La otra opción era esperar en la lista de donares, pero eso no se puede contar como una esperanza de vida.

El dinero no es un lujo que puedan controlar los pobres, y Roberto terminó desfalleciendo una semana después. Es por eso que Doña Claudia dijo lo que dijo esa noche en la sala de espera, cuando el Doctor López le tuvo que decir que se quedaba sin hijo y sin licenciado. Sí, las personas pueden cambiar mucho después de 33 días en un hospital, pero pueden volverse peor cuando pierden a un hijo.


Al día siguiente el doctor López no se presentó a trabajar. Nunca más se volvió a saber de él.